ABU SIMBEL Y PHILAE.


Jueves 24 de octubre.

A la mañana siguiente sobre las 4,30 de la mañana, nos ofrecieron un café con unas pastas antes de partir además de darnos nuestro desayuno en una bolsa. En el muelle nos esperaba un coche, y de noche aún nos encaminamos a la carretera que se adentraba en el desierto y que nos llevaría tras varias horas a nuestro destino Abu Simbel.

Al parecer, antes se formaban comboys escoltados por el ejército que circulaban por esta carretera. Ahora permanece cerrada por la noche custodiada por el ejército, abriéndose a las 5 de la mañana. Cuando llegamos allí éramos los segundos de la cola aunque algún listo de alguna van se puso en paralelo dispuesto a colarse. Pero cuando llegó la hora de su apertura se mantuvo el orden  de llegada  y nos adentramos en una carretera que, una vez que se hizo la claridad del día, comprobamos que discurría por  el desierto dibujando una gigantesca línea recta que se perdía en el horizonte.

Y disfrutamos de un hermoso amanecer sobre las arenas doradas aunque según la luz iluminaba el desierto comprobamos que no había ni una sola duna. El paisaje era dominado por una inmensa llanura en la que la vista se perdía en el horizonte. Nos adelantaron algunos vehículos. Supuestamente teníamos todos el mismo destino.

En nuestro camino dejamos atrás un aislado lugar con una o dos casetas pequeñas que debían tener alguna cafetería o bar ya que había turismos y alguna van aparcados. Circulábamos muy rápido y apenas me dio tiempo a “procesar” que podría haber baños, algo que comenzaba a necesitar, así que  continuamos  nuestro camino. El café matutino había  comenzado a surtir su efecto. Pero ahora no veía nada, en kilómetros y kilómetros, ni una triste duna donde esconderme. Pensé que podría aguantar, pero no era así. Ya me veía evacuando en el centro de un ridículo círculo hecho entre el coche y los ocupantes. Así que en un momento determinado y avergonzada por mi necesidad  se lo dije a Admed quien  se enfadó respondiendo y con razón, que habíamos dejado atrás un lugar apropiado para ello  excusándome en que me había pillado de sorpresa sin poder reaccionar a tiempo.

Continuamos carretera hasta que llegamos a otro aislado lugar con alguna edificación baja parecida a un bar. Allí paramos y bajó conmigo el conductor. Entré en una sala grande, destartalada con mesas y sillas de formica, de esas que había en España en los años 60. El conductor habló con una persona  indicándome una puerta. Yo desesperada me dirigí a ella y en su interior encontré a un egipcio lavándose los pies, con el pie en alto metido en un lavabo  y que me miró sorprendido. Sin detenerme, traspasé otra puerta y la cerré tras de mi. En el suelo un wáter “masculino” de esos que son una placa en el suelo con un agujero,  y la cadena…era una manguera algo mugrienta de la que salió un líquido amarillento. A la salida, de nuevo el egipcio  lavándose supongo que el otro pie en el lavabo y en la misma posición ridícula. Al salir le di una propina al dueño y ya de nuevo en el coche no tardamos mucho más en llegar al aparcamiento de Abu Simbel que ya tenía bastantes vehículos.

Mientras entrábamos por los arcos de seguridad (nosotros los llamábamos “contadores de personas” porque dudamos de que cumplieran su finalidad)   Admed nos esperaba sentado en un cochecito de esos pequeñitos eléctricos de los campos de golf. Nos sentamos atrás y cómodamente en nuestro trasporte especial fuimos adelantando grupos de turistas hasta llegar a la fachada del templo de Ramses II, presidido por cuatro imponentes estatuas del faraón Ramsés II esculpidas en la piedra.

El sol le bañaba justo de frente, resaltando su dorado color. La visión era magnífica, imponente, soberbia. Y hemos visto maravillas a lo largo de nuestro viaje, pero esto demostraba que Egipto podía seguir sorprendiéndonos día a día.
Descendimos del vehículo y frente a su imponente entrada, Admed nos dio unas cuantas explicaciones para después dirigirnos a ella.

No había mucha gente aun y según nos acercábamos ver y sentir como las estatuas de estos inmensos colosos se acercaban a nosotros creciendo, haciéndose aún más impresionantes de lo que eran, era completamente sobrecogedor.

Abu Simbel es un complejo formado por dos templos excavados en la roca, uno de ellos está dedicado a Ramsés II, el que teníamos frente a nosotros,  y el otro a Nefertari, su primera esposa y su predilecta. Su construcción tardó unos 20 años y se llevó a cabo durante el reinado de Ramsés II (1279-1213 a.C.).

Estuvieron enterrados en la arena durante siglos y fueron descubiertos parcialmente en 1813 por un explorador suizo. Unos años más tarde, Belzoni  descubrió el resto. Para evitar que desaparecieran bajo el agua al construir la Presa de Asuán, los templos de Abu Simbel fueron reubicados entre 1964 y 1968.
La imponente fachada del templo tiene 33 metros de altura por 38 metros de ancho y está custodiado por cuatro estatuas sedentes. Todas representan a Ramsés II, sentado en un trono con la doble corona del Alto y Bajo Egipto. Cada una de ellas mide unos 20 metros de altura y están encabezadas por un friso de 22 babuinos, adoradores del sol y que flanquean la entrada. Las estatuas y el templo fueron esculpidos en una colina rocosa. La situada a la izquierda de la entrada se partió durante un terremoto y solo quedó intacta su parte inferior.

Cerca de los pies de los colosos, hay otras estatuas que no llegan a la altura de las rodillas del faraón que representan a diversos miembros de la familia del faraón, como su esposa principal Nefertari, la reina madre Tuya y sus primeros dos hijos.

Y ante los pies de estos colosos sentimos nuestra pequeñez y la grandiosidad y belleza de esta magnífica obra.

Pero es que una vez dentro el interior también resultó tanto o más maravilloso que el exterior. Estamos en la gran sala hipóstila,  de 18 metros de longitud y 16 de anchura cuyo techo está sostenido por 8 pilares osiríacos sobre los que se apoyan otros tantos colosos, cuatro a cada lado que representan a Osiris con los rasgos de Ramsés II. Los de la izquierda llevan la corona del Alto Egipto y los de la derecha la doble corona símbolo de la unificación de las 2 Tierras. Cada uno de los colosos mide aproximadamente 10 metros de altura.

Nos perdemos entre ellos. Nos contemplan miles de años. Me sobrecoge su grandiosidad y belleza. Esta tierra no deja de sorprenderme, de admirarme, de emocionarme. Aún no hay mucha gente por lo que nos movemos lentamente entre estos inmensos colosos. Los grabados de los muros son también impresionantes, llenos de vida, de movimiento.


Vamos perdiendo gradualmente luminosidad hasta finalizar en el  sancta sanctorum presidido por cuatro estatuas talladas en la roca que representan de izquierda a derecha a Ptah, Amón-Ra, Ramsés II divinizado y Ra-Horajti y a estas horas tempranas del día podemos disfrutar de algo parecido a lo que parece ser que se puede ver en el solsticio de invierno: como el sol iluminaba dos de las cuatro estatuas sentadas que nos contemplaban impertérritas al fondo. El sol iluminaba el cerco de la puerta de acceso y luego, en el día de hoy y a primera hora de la mañana, a las dos estatuas centrales. La visión parecía casi irreal, mágica.  

Y es que su construcción fue planificada de manera que dos veces al año, cuando el sol salía por el horizonte, sus rayos penetraban por la puerta y tras proyectarse en la gran sala de ocho columnas, la segunda, el vestíbulo y el santuario, incidían en las cuatro estatuas del nicho de la parte posterior que se iluminaban por completo. Nos costó dejar de mirar y tan solo motivados por nuestra curiosidad fuimos descubriendo otras salas anexas con grabados y más columnas cuajadas también de relieves y distintos motivos, bélicos, religiosos, etc.

Y salimos de la penumbra del templo para ser deslumbrados por un sol intenso  y amenazante para dirigirnos ahora al templo de Nefertari, unos metros a la derecha y también tallado en la misma roca. Desde un punto determinado tenemos a los dos frente a nosotros y la visión es maravillosa.

Realizado en la misma época que el gran templo, el templo de Hathor o pequeño templo está dedicado a Hathor y a la reina Nefertari. La fachada está compuesta por seis colosos de pie, de aproximadamente 10 metros de altura, excavados en la roca, dentro de hornacinas rectangulares. Divididos en dos grupos de tres a cada lado de la puerta de entrada, los extremos representan a Ramsés II y los centrales a la esposa favorita de este, la reina Nefertari, y son del mismo tamaño que los del faraón. Todos tienen adelantada la pierna izquierda, en actitud de marcha. Entre las piernas están representadas esculturas de menor tamaño de príncipes en las estatuas del rey y  de princesas en las de la reina.

Este templo no es tan espectacular como el de Ramses, pero es igualmente hermoso. Su armonía con el de Ramses es casi perfecta y se podría decir que incluso ambos son complementarios.

La sala hipóstila  contiene  seis pilastras hatóricas colocadas en dos filas. La decoración muestra las habituales escenas de ofrendas. Después de la sala se abre el vestíbulo  y a ambos lados, dos salas sin decoración empleadas posiblemente como almacén de los objetos dedicados a las ceremonias religiosas.

De nuevo nos dejamos atrapar por sus muros, sus grabados donde la diosa Hathor es la protagonista de su decoración, sus textos, y caminamos despacio tratando de asimilar tanta grandiosidad y belleza. El sol entra iluminando su interior destacando los grabados e inscripciones de los muros.  Ya en el santuario vemos representaciones de la pareja real frente a varios dioses.


En el interior de un pequeño edificio visitamos una exposición con fotografías del momento del traslado de ambos templos antes de la creación de la presa de Asuam.

Entre 1964 y 1968 y con la ayuda de un grupo de ingenieros y el apoyo de 36 millones de dólares procedentes fondos internacionales,  se desmantelaron y reconstruyeron  ambos templos 65 metros más alto y a unos 210 metros de su emplazamiento original, más allá del río.  Por la ayuda recibida, Egipto donó importantes tesoros y templos a otros países, como el Templo de Debod  a España que se encuentra en situada cerca de la Plaza de España en Madrid, en un espléndido lugar, digno de él.

Una vez fuera nos espera en el cochecito Admed. No sentamos detrás y en un pis pas llegamos a la salida. Nos ofrece ir al servicio antes de regresar pero ahora una multitud ha inundado todo y hay una buena cola para el baño de señoras, así que Admed, ni corto ni perezoso, me invita con un leve empujón a entrar en el de caballeros y yo, impaciente y sin vergüenza ya que no es la primera vez que lo hago, entro ganando fácilmente unos buenos minutos de lenta espera.

E iniciamos el camino de regreso. Esta vez el sol ya alto, castigaba el inhóspito paisaje que nos rodeaba, una planicie interminable, plana, monótona en todos los sentidos y fue aquí donde contemplé claramente, no solo un espejismo, sino varios y comprendí porque se llama “espejismo” y es que el efecto en el horizonte era exactamente igual que un espejo. Curioso efecto óptico que contemplaba claramente por primera vez en mi vida.

Y ya solo nos quedaba  visitar el templo de Filae a donde nos dirigimos. El coche nos dejó en un muelle donde tomamos una embarcación en la que íbamos solos hacia la isla que contiene este peculiar y hermoso templo.  

Según nos acercábamos  desde el agua  el templo iba tomando forma y  pudimos contemplar  sus muros laterales y los pilones  por su parte trasera.

¿Y qué decir de este templo que no haya dicho ya de todos los lugares que hemos visitado? Parece que me voy quedando sin calificativos o que no encuentro o que nuestro idioma no tiene aun los suficientes.

De todo el complejo destaca el Templo de Isis, dedicado a la diosa Isis.

De nuevo la piedra dorada, el sol bañándolo, el intenso azul del cielo contrastando con las columnas que se elevan elegantemente, los hermosos y gigantescos grabados en los muros, sobre todo en la entrada, los bellos capiteles, los grabados de su interior donde volvemos a ver la figura de un príncipe distinguible porque aparece chupándose un dedo. Los detalles del pelo, las pelucas, los collares…no me canso de mirar, de admirar,…y es que por algo es llamado “la perla del Nilo”

En el exterior nos dirigimos al  Kiosko de Trajano, un edificio rectangular con catorce columnas con capiteles en forma  de flor que son casi tan perfectos que parecen esculpidos ayer.

Bajo su sombra se cobijaban las palomas. Sobre esta estructura se levantaba un techo de madera. Dos de los muros situados entre las columnas muestran imágenes del emperador Trajano quemando incienso en honor de Isis y Osiris y realizando una ofrenda de vino a Isis y Horus .


En Filae hemos encontrado un poco más de gente, pero también es cierto que ha coincidido con la entrada de un grupo de estudiantes del país que se han desperdigado pero siempre formando grupos. Cuando un poco después han desaparecido, el lugar ha quedado con escasos turistas.

Y embarcamos de nuevo dejando atrás esta isla por el lado contrario a por donde entramos, admirando desde el agua este costado y el templete……

Y de regreso a la motonave. Era el momento de las despedidas, de decir a Admed adios, aunque posiblemente sabremos de él a través de otros viajeros y amigos  que quieran viajar y nos pidan información, porque es completamente recomendable.

Nos dio instrucciones para la tarde, noche e ir al día siguiente al aeropuerto para tomar nuestro vuelo a casa, via El Cairo.

Y ya poco más que destacar solo que en la noche el barco nos brindó el espectáculo de un derviche y una bailarina de la danza del vientre….En fin. Un poco descorazonador. 

El derviche porque finaliza con lucecitas de colores por su traje. Personalmente me resultó algo anacrónico, por estético que pudiera verse y la danzarina….por un lado me animó porque estaba regordeta (afinidad), pero los turistas que bailaron con ella a nuestro juicio, dejaron algo que desear. 

La primera una turista que a nuestro juicio debía de haberlo preparado ya que sabía bailar esta danza y otro, una pelota gorda que resultó algo patético. Pero bueno, cada uno se divierte como puede y de eso se trata, pero a mi me decepcionó sobre todo porque en El Cairo estuve buscando disfrutar de los derviches en un sitio que aconsejaron pero que no pudimos conseguir.  


Vuelo Luxor-El Cairo y la única incidencia reseñable es que salimos con retraso, pero además se sumo que en la terminal no figuraba nuestro vuelo en los paneles informativos. Así que a la carrera nos sumamos a otro pasajero  que igualmente perplejo contemplaba que no había información. Cuando en un inglés muy fluido la solicitó le dijeron que estábamos en otra terminal, así que a la carrera nos dirigimos a la nuestra donde ya sí encontramos nuestro vuelo. Me sentí agobiada. Nunca me gusta dejar 2 horas entre las escalas. Me parecía siempre muy justo y lo pude confirmar. En realidad, nos sobró tiempo, pero no lo pasé bien, y siempre me quedará la duda de si con mi inglés de andar por casa  habría necesitado más tiempo para comunicarme y comprender lo que estaba pasando.  Siempre dudo, y luego siempre solvento las situaciones.

Y con este último incidente reseñable, dimos por terminado nuestro viaje a este país inolvidable y absolutamente imprescindible.


En Boadilla del Monte, Marzo de 2020.
Mª Angeles del Valle Blázquez


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